jueves, 27 de mayo de 2010

Hay canciones que te hacen volar.

Hay canciones capaces de desenterrar vivos a los muertos y vestir de gala las memorias más tristes. Todos tenemos una, dos o cien. Son aquellas que están grabadas a fuego en algún lugar del cerebro y cuando el oído escucha los primeros compases alerta a todos los sentidos, se eriza la piel y las lágrimas se acumulan poco a poco, o de golpe, detrás de los ojos dispuesta a vaciarse y a mostrar nuestra debilidad.
Somos una máquina de recuerdos, hermosos y tristes. Quizá vivir sea eso, saber recordar. Quizá vivir sea aprender a estar entre fantasmas, a conversar con ellos, pedirles y darles consejo. El aroma de un perfume lleva escrito el tacto de una piel, una nariz o una lengua que recorre un cuerpo en busca de las zonas del descontrol. El sabor de un vino es capaz de hacerte volar a Cádiz o a Roma y despertarte en una cena repleta de sonrisas y silencios cómplices… Olores, sabores, personas… Siempre pensé, y escribí en una novela, que la vida es un poco esto, la acumulación de canciones, una lista de músicas, cada una con su persona, su ausencia, su risa, su derrota, porque vivir es sobre todo una forma de derrota permanente, un ir trasteando subidos en un alambre sin medir el riesgo.

[Ramón Lobo]

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