viernes, 17 de febrero de 2012

El amor se vicia.

El amor, ese concepto utópico, aquel bello demonio, termina por arrastrar cansado sus alas para finalmente bajar la guardia.
Es absurdo pensar que un ''para siempre'' pueda albergar algo de verdad en los labios enamorados de dos mortales.

¿Cómo prometer eternidad a quién exhala finitud...? Un imposible desafío, es el presagio de una extinción.
Quizás me tomó más tiempo del socialmente necesario para comprender la inutilidad de esta empresa. Pero fue tan distinto ese amor, que creí ver algo de eternidad en ti.
El amor, se vicia, termina siempre por desgastarse, es irrevocable. Es su destino.

Y aunque vivir un cuento de hadas siempre es más fácil y reconfortante, no podemos obviar que el roce de las suelas contra el asfalto termina siempre por desgastar hasta los zapatos más prometedores.

Perder la inocencia es la toma de conciencia de nuestra mortalidad y los abismos que ésta conlleva.
Perder la inocencia...
Supongo que aún recuerdo el momento en el que de improvisto caí en la certeza de un final inexorable. Caminaba con la cadencia de lo cotidiano por las calles de siempre, esas que nunca parecen alterar su sembrante de cemento y piedra, recorrían trivialidades y absurdos, nada parecía advertir la presencia de un diluvio inminente.

No supe distinguir el amenazado del amenazante. Y así fue como la inocencia me abandonó, cogió el primer taxi que pasó y ni siquiera tuvo la misericordia de darse la vuelta para ver como mi ser se había quedado ahí, varado en medio de la nada, aceptando la muerte por venir.
La inocencia se marchó, sin más, sin decir adiós, sin besar por última vez mi mejilla, sin ni siquiera arrepentirse.
Fue entonces cuando entendí. Entendí que podía caminar, que podía creer que caminar era obra de mi voluntad, pero los atajos serían bienaventurados, que aún quedaban secretos por descubrir pero que todo sería una ilusión (¡la ilusión más perfecta!). El plan de mi Creador era perfecto excepto por ese brusco despertar a la realidad insólita de caminar para morir.

Dolió el cuerpo por su fragilidad, dolió el alma por su inercia...

Me detuve un momento antes de incorporarme nuevamente a mi tránsito, a mi caminar paulatino. Acepté entonces que todo tendría que morir.

Pero no hice mucho, olvidé aquella lección de vida y me dejé llevar por el dulce murmullo de un amor, de un hombre. Y prometí eternidad, y di paso a ilusiones y yo misma pensé en creer en la veracidad de todo aquello.
Es verdad que por un tiempo todo fue real, el amor era tangible y el final no se perfilaba aún. Creo que fui inocente, creo que fui ignorante... Y no lo niego, lo disfruté.
Pero rápidamente el universo arregló las cartas y nuevamente la casa volvía a ganar. Un golpe de suerte es efímero, la casa siempre gana, siempre.
Y como la inocencia ya me había abandonado una primera vez precipitadamente, silenciosamente, volvió una segunda vez para volver a abandonarme.
Y el amor, se vició. Y el amor sucumbió. Y nosotros nos perdimos.
¿Un error? Quizá. ¿Fatal? Lo dudo.

Me dejó en casa, apenas lo besé tocando sus labios, se que él reconoció ese beso artificial, el gusto de la mortalidad. Se alejó, subió al coche y arrancó rápidamente calle arriba, quizás calle abajo, no lo sé... Ninguno de los dos mencionó el final, pero estoy segura de que como yo, él estará ahora pensando en ello.
No ha llamado, han pasado apenas unas horas. Supongo que tampoco llamará, no se si mis dedos encontrarían el camino correcto para marcar el número y llamarlo.
No se si me apetece escuchar su voz, sobrellevar los silencios y las explicaciones.
Tampoco se si me duele. Desconozco cómo podría ser mi vida sin él, tampoco se si quiero vivir mi vida con o sin él...
Sólo se que el amor se vicia.
Ai-Senshi

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